Hace un par de años que leí un libro titulado “La mano invisible del Gobierno” (Editorial Planeta) del periodista económico Emilio J. González (Expansión, La Gaceta de los Negocios, Dinero, Libertad Digital, entre otros medios con los que ha colaborado).
El libro, narrado en clave de historia reciente, trata de la lucha y los juegos de poder entre las oligarquías sociales, económicas y políticas. El nivel de detalle con el que está escrito hace pasar un buen rato pese a que (lástima) en el libro haya buenos y malos, lo que resta objetividad. Con independencia de esto, el libro es tan bueno que tiene fragmentos que te hacen levantar la mirada para pensar.
Hay un apartado que me gusta especialmente y que suelo citar con frecuencia. Hace referencia a la huelga general de 1988 – tema de actualidad – y al enfrentamiento entre los dos grandes sindicatos (UGT y CCOO) y el gobierno de Felipe González.
El periodista comienza reconociendo el respaldo generalizado de los dos sindicatos a los gobiernos, primero de Adolfo Suárez y luego del socialista Felipe González. Firmando, por ejemplo, los Pactos de la Moncloa (1978) con el fin de poner un poco de orden en el panorama económico. Fueron unos pactos que obligaron a ceder a todos: a la UCD en el gobierno, al PSOE – en ese momento en la oposición – y a los sindicatos, por entonces liderados por Marcelino Camacho, en el sindicato comunista, y Nicolás Redondo, en la central sindical socialista. Todos cedieron en beneficio de la consolidación de una frágil e incipiente democracia y pos de una transición tranquila.
En 1982, explica Emilio J. González, con la llegada de los socialistas al poder estos tenían en los sindicatos a sus aliados. Ese apoyo, por ejemplo, ayudó a que el país entrara en el selecto grupo de la CEE (ahora Unión Europea) y a dos hechos fundamentales para la economía española: la privatización de las empresas públicas y la durísima reconversión de la minería y los astilleros de los ochenta. La colaboración entre una “izquierda moderada” y CCOO-UGT contribuyeron sin duda al progreso de nuestra economía. Los intereses generales se estaban poniendo por delante de los intereses individuales o partidistas.
El problema es que la colaboración no fue desinteresada. Ambas centrales sindicales – situación de la que somos herederos en la actualidad - consiguieron una representatividad que no se correspondía con su realidad social. España es un país con baja afiliación sindical y poco compromiso de los trabajadores en la defensa de sus derechos.
Carlos Solchaga, Ministro de Economía y Hacienda de la época (1985-1993), nunca fue del agrado de los sindicatos puesto que pertenecía a la Beautiful People de los socialistas. Los líderes sindicales pensaban que la España del pelotazo – de los Conde y De la Rosa – sólo estaba beneficiando a unos pocos. Nuestro país era – en palabras del propio exministro - “donde uno puede enriquecerse más rápido” pese a que, esa prosperidad y en opinión de los sindicatos, no alcanzaba a todas las capas de la sociedad.
Esa situación acabó por desesperar a las centrales sindicales y desembocó en la más famosa y exitosa huelga general, la de diciembre de 1988 (14-D). Secundada de forma masiva por toda la población, la protesta hizo tomar nota al gobierno de Felipe González y haría virar el rumbo de su política. De todos modos, el más dolido de los Ministros fue Carlos Solchaga. Había sido una bofetada a todo el gobierno pero la sintió como propia. Aquello no iba a quedar así…
El periodista nos recuerda que, tras la vuelta a la legalidad, los sindicatos habían erigido estructuras faraónicas sobre las que apoyaban su representatividad pero que les resultaba imposible financiar con las escuetas aportaciones de sus afiliados. Ello les llevó a crear toda una maraña de asociaciones, fundaciones, cooperativas y demás chiringuitos que les ayudarían a drenar recursos al Estado, a las comunidades autónomas y a los ayuntamientos.
Solchaga vio que justamente ese era su talón de Aquiles. Por este motivo encargó un informe “a medida” a Luis Albentosa, Director General de Política Económica, para averiguar, con el máximo detalle, todas las ayudas directas e indirectas que recibían los sindicatos desde todos los niveles de las administraciones públicas. El resultado – que nunca ha trascendido – fue sencillamente era escandaloso…
Con esa arma de destrucción masiva Solchaga convocó a su despacho del Ministerio a los líderes sindicales. Unos sindicalistas suponían que eran llamados por el Ministro para implorar una tregua. Aunque nada más lejos de la realidad. Tan pronto se sentaron se les plantó sendas copias del informe. “O los sindicatos ponían fin de manera unilateral y sin condiciones a las hostilidades o el informe se filtraría a la prensa, provocando un escándalo sin precedentes” - señala el periodista – obligando a los socialistas a recortar drásticamente las ayudas y subvenciones a los sindicatos.
La victoria de Solchaga fue casi total, porque consiguió vengarse, pero por otro lado aplastó toda futura colaboración entre los socialistas y las centrales sindicales. Un desencuentro que duraría, nada más y nada menos, que hasta la llegada del PP al poder en 1996.
El libro, narrado en clave de historia reciente, trata de la lucha y los juegos de poder entre las oligarquías sociales, económicas y políticas. El nivel de detalle con el que está escrito hace pasar un buen rato pese a que (lástima) en el libro haya buenos y malos, lo que resta objetividad. Con independencia de esto, el libro es tan bueno que tiene fragmentos que te hacen levantar la mirada para pensar.
Hay un apartado que me gusta especialmente y que suelo citar con frecuencia. Hace referencia a la huelga general de 1988 – tema de actualidad – y al enfrentamiento entre los dos grandes sindicatos (UGT y CCOO) y el gobierno de Felipe González.
El periodista comienza reconociendo el respaldo generalizado de los dos sindicatos a los gobiernos, primero de Adolfo Suárez y luego del socialista Felipe González. Firmando, por ejemplo, los Pactos de la Moncloa (1978) con el fin de poner un poco de orden en el panorama económico. Fueron unos pactos que obligaron a ceder a todos: a la UCD en el gobierno, al PSOE – en ese momento en la oposición – y a los sindicatos, por entonces liderados por Marcelino Camacho, en el sindicato comunista, y Nicolás Redondo, en la central sindical socialista. Todos cedieron en beneficio de la consolidación de una frágil e incipiente democracia y pos de una transición tranquila.
En 1982, explica Emilio J. González, con la llegada de los socialistas al poder estos tenían en los sindicatos a sus aliados. Ese apoyo, por ejemplo, ayudó a que el país entrara en el selecto grupo de la CEE (ahora Unión Europea) y a dos hechos fundamentales para la economía española: la privatización de las empresas públicas y la durísima reconversión de la minería y los astilleros de los ochenta. La colaboración entre una “izquierda moderada” y CCOO-UGT contribuyeron sin duda al progreso de nuestra economía. Los intereses generales se estaban poniendo por delante de los intereses individuales o partidistas.
El problema es que la colaboración no fue desinteresada. Ambas centrales sindicales – situación de la que somos herederos en la actualidad - consiguieron una representatividad que no se correspondía con su realidad social. España es un país con baja afiliación sindical y poco compromiso de los trabajadores en la defensa de sus derechos.
Carlos Solchaga, Ministro de Economía y Hacienda de la época (1985-1993), nunca fue del agrado de los sindicatos puesto que pertenecía a la Beautiful People de los socialistas. Los líderes sindicales pensaban que la España del pelotazo – de los Conde y De la Rosa – sólo estaba beneficiando a unos pocos. Nuestro país era – en palabras del propio exministro - “donde uno puede enriquecerse más rápido” pese a que, esa prosperidad y en opinión de los sindicatos, no alcanzaba a todas las capas de la sociedad.
Esa situación acabó por desesperar a las centrales sindicales y desembocó en la más famosa y exitosa huelga general, la de diciembre de 1988 (14-D). Secundada de forma masiva por toda la población, la protesta hizo tomar nota al gobierno de Felipe González y haría virar el rumbo de su política. De todos modos, el más dolido de los Ministros fue Carlos Solchaga. Había sido una bofetada a todo el gobierno pero la sintió como propia. Aquello no iba a quedar así…
El periodista nos recuerda que, tras la vuelta a la legalidad, los sindicatos habían erigido estructuras faraónicas sobre las que apoyaban su representatividad pero que les resultaba imposible financiar con las escuetas aportaciones de sus afiliados. Ello les llevó a crear toda una maraña de asociaciones, fundaciones, cooperativas y demás chiringuitos que les ayudarían a drenar recursos al Estado, a las comunidades autónomas y a los ayuntamientos.
Solchaga vio que justamente ese era su talón de Aquiles. Por este motivo encargó un informe “a medida” a Luis Albentosa, Director General de Política Económica, para averiguar, con el máximo detalle, todas las ayudas directas e indirectas que recibían los sindicatos desde todos los niveles de las administraciones públicas. El resultado – que nunca ha trascendido – fue sencillamente era escandaloso…
Con esa arma de destrucción masiva Solchaga convocó a su despacho del Ministerio a los líderes sindicales. Unos sindicalistas suponían que eran llamados por el Ministro para implorar una tregua. Aunque nada más lejos de la realidad. Tan pronto se sentaron se les plantó sendas copias del informe. “O los sindicatos ponían fin de manera unilateral y sin condiciones a las hostilidades o el informe se filtraría a la prensa, provocando un escándalo sin precedentes” - señala el periodista – obligando a los socialistas a recortar drásticamente las ayudas y subvenciones a los sindicatos.
La victoria de Solchaga fue casi total, porque consiguió vengarse, pero por otro lado aplastó toda futura colaboración entre los socialistas y las centrales sindicales. Un desencuentro que duraría, nada más y nada menos, que hasta la llegada del PP al poder en 1996.
(Publicado en Diario Ultima Hora de Ibiza-Formentera el 13-6-2010)
Ampliación: Ana, una buena amiga me envía la siguiente noticia a raíz de la publicación del artículo "Los sindicatos se suben los salarios y las dietas en plena crisis económica"