lunes, 26 de octubre de 2009

Yo soy yo y mis paradigmas

Hay recuerdos que no se recuerdan, o que no se recuerdan con exactitud desde qué momento se recuerdan. No hay una fecha cierta, no hay un suceso concreto, sencillamente tenemos la sensación de que siempre han estado ahí.


Los libros de autoayuda lo atribuyen a los “paradigmas” (en inglés: paradigm). Esos libros están llenos de páginas con alusiones a ellos y, en definitiva, es un término que adoran. No así la Real Academia Española de la lengua (RAE) que todavía no ha reconocido la acepción que señalo y supongo que para los puristas, los que la utilizamos frecuentemente, estamos haciendo una incorrecta traducción del inglés y/o pateando al castellano.


En cualquier caso, el término se usa – fuente: Wikipedia – para “describir el conjunto de experiencias, creencias y valores que afectan la forma en que un individuo percibe la realidad y la forma en que responde a esa percepción”, por lo que – entiendo – podríamos hacer una traducción incompleta del término y utilizar la palabra “creencias”… aunque, en mi caso, seguiré con mis “paradigmas”.


Como decía al principio, hay recuerdos a los que no puedo poner una fecha o una imagen. Son así porque – aparentemente – siempre han sido así y los defiendes a capa y espada.


De este modo, por ejemplo, no recuerdo porqué o desde cuando soy del Barça. A mis padres no les gusta el fútbol, no tengo hermanos mayores – sólo dos hermanas menores no especialmente aficionadas – por lo que no consigo recordar ¿Desde cuándo me preocupa lo que le suceda a once chavales vestidos de azul y grana, que corren sobre un campo de césped detrás de un balón?.


Algo muy similar a lo que sucedía con mis inclinaciones por la izquierda política. Reconozco – sin ningún pudor - que cuando era joven me sentía un chico de izquierdas. En este caso, creo recordar muy vagamente, que los orígenes pudieran estar en un profesor de matemáticas que tuve con dieciséis años y al que le preguntaba sobre estas cosas. Es lógico por otro lado, he llegado a creer, que cuando se es joven se tiene que ser de izquierdas. Es más, la puñetera izquierda (dicho en sentido afectuoso), sabe venderse muy bien entre los jóvenes.


Captarte cuando eres joven es una excelente estrategia. Las compañías tabaqueras lo descubrieron hace cincuenta años. Mediante una atractiva publicidad que cautivaba a unos influenciables jóvenes y mantenía cautivo a un cliente (adicto) durante el resto de su vida. Para un no fumador como yo, resulta incomprensible que el placer de una calada compense el deterioro físico que produce la nicotina. Pese a ello, respeto profundamente al fumador siempre que ejerza su derecho en libertad (inaceptable para niños, por ejemplo) y sin causar molestias a los demás.


La influencia de los paradigmas tiene sus ventajas pero también tienen sus inconvenientes: Por ejemplo me podría llevar a pensar que soy de izquierdas porque siempre lo he sido y no cabe otra posibilidad. De hecho, todo lo que hago es consecuente con ello: debería leer prensa de izquierdas, ver la tele oficial de la izquierda, escuchar la radio de la izquierda, y si aparece nueva prensa (más) de izquierdas o televisión pasarme a ellas.


Todo ello me llevaría al pensamiento único de que la izquierda es lo “único”. Y se enquistaría, de este modo, mi orientación electoral "¿cómo voy a votar al del bigote?", me dijo una vez una votante de izquierdas.


Uno llega a pensar que su mierda – con perdón – no huele igual que la de la derecha y su corrupción – la de la izquierda - es algo que se tiene que aceptar como inevitable. Algo que me veo en la obligación de comprender porque “la de los otros” es más y peor.


Conforme me fui haciendo mayor, las cosas fueron cambiando. Comencé a suponer que había cosas que no terminaban de funcionar. Que – tal vez – existiera otra forma de hacer las cosas ¿y si realmente no he sido nunca un tío de izquierdas sino que he estado en transición hacia otra cosa?. Comienzas a leer sobre “esas otras cosas”, a profundizar sobre otras cuestiones. Los cimientos de tus paradigmas comienzan a tambalearse, al principio, y a agrietarse más adelante. ¿Y si – cielos – he estado equivocado todos estos años?


Vas de un lado a otro buscando tu nuevo paradigma, porque – eso sí – los paradigmas nos joden más que ayudarnos, pero no podemos vivir sin ellos. ¿Y si, después de tantos años, no soy de izquierdas sino que soy de derechas?... No, no es posible, pero ¿Y si lo soy?.


Y, entonces, te aproximas sin prejuicios hacia tus nuevos paradigma ¿Es posible que me haya convertido en un votante de derechas? y es algo que comienzas a afrontar sin complejos: ¿Qué opino sobre este tema? ¿Qué opino sobre este otro? ¿Qué hacen éstos? ¿Qué hacen los otros?. Vaya lío tuve en la cabeza hasta que descubrí que tampoco era de derechas.


(Publicado el domingo 25 de octubre de 2009 en Ultima Hora de Ibiza)

domingo, 18 de octubre de 2009

Groupthink o Pensamiento de Grupo


Pensamiento grupal o de grupo (groupthink, en inglés) es un término atribuido al psicólogo norteamericano Irving Janis (1918-1990) que “inventó” a principios de los setenta para describir una patología que se presenta en el seno del trabajo en grupo, las organizaciones o (des)organizaciones como más adelante intentaré explicar.

La colaboración y el trabajo en grupo generalmente sirven para sumar más que para restar, para complementar y para hacer que dos más dos sumen más de cuatro. En determinadas ocasiones y entornos, que han podido ser identificados, los grupos se ven afectado por el mal al que me estoy refiriendo.

El pensamiento de grupo se manifiesta en un intento individual, de los miembros de un grupo determinado, de adecuar su opinión a la que creen que será mejor aceptada por el resto del grupo. Inconscientemente se deja de pensar por uno mismo y, dado el – que podríamos considerar - legítimo interés por ser aceptado, se intentan maximizar los temas de consenso y minimizar u ocultar los discrepantes. Buscas el reconocimiento del grupo y ya no piensas por ti mismo. Observas hacia donde se dirige la multitud – en ocasiones manada – y sencillamente… te pones a la cabeza.

El pensamiento grupal no sería grave si, en muchas ocasiones, como grupo no se tomaran decisiones que individualmente nunca se hubieran tomado (te recomiendo buscar información en Internet sobre lo que se conoce como “Paradoja de Abilene”).

Janis definió el término como “un sistema de pensamiento que adoptan personas, muy involucradas en un grupo cohesivo, en el que se dirigen los esfuerzos individuales hacia la unanimidad… en lugar de la valoración realista de alternativas” ¿Te suena?.

Se piensa que el término Groupthink podría tener su origen en la “neolengua” o “nuevalengua” (newspeak, en su versión inglesa) de la conocida obra de George Orwell “Mil novecientos ochenta y cuatro” publicada en 1949 – a la que tengo especial cariño porque casualmente leí por primera vez, a recomendación de un profesor, justamente en 1984 – y en la que se hace referencia a términos como “doblepensar” para señalar la habilidad de mantener en la cabeza dos pensamientos contradictorios, uno realista y opuesto a la doctrina del Partido, y otro moldeado y de acuerdo con éste, por tanto la forma de actuar, el comportamiento y el propio pensamiento es congruente con lo que dictamina el Partido; “buensexo” (goodsex) que significa castidad; o “bienpensadamente” (goodthinkwise) que significa pensar según lo que se considera correcto. ¿Acaso el lenguaje “políticamente correcto” no es un poco eso?. Aceptar como correcto algo sobre lo que no es posible discrepar y que los Gobiernos suelen introducir, vía medios de comunicación afines, con el fin de moldearnos en beneficio propio.

Es lógico que en el mejor de los casos seamos súbditos – que no ciudadanos – de un despotismo ilustrado, más propio del XVIII que del XXI, en el que se impone un “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”.

En las redes sociales también se presenta el pensamiento grupal. En mi opinión son una malla, de estructura aparentemente dispersa, sin un líder aparente, pero en el que su sus miembros están extremadamente bien comunicados, léase SMS, Messenger, Facebook, etc. Y en el que una convocatoria espontánea puede tener efectos inesperados. En estas redes se pueden encontrar líderes mesiánicos que pueden escribir sobre cualquier tema, incluso de lo más absurso e intrascendente, y encontrar un inusitado apoyo, entre acólitos y seguidores, en forma de muestras de adhesión como si - de repente - fuese algo que interesara a todo el mundo.

Una progresión que los investigadores norteamericanos David Ronfeldt y John Arquilla, en su libro “Redes y guerra en red”, señalan que estas estructuras son adoptadas de forma eficaz incluso por organizaciones violentas, y aparentemente descoordinadas: Despliegan sus medios mediante un rápido e inesperado proceso de convergencia hacia el objetivo, que a modo de enjambre - coincidencia organizada o “swarming” en la terminología de Ronfeldt y Arquilla - puede tener efectos devastadores.

Enjambre, pensamiento grupal, violencia… no sé, creo que son cosas que me dan miedo y son asuntos que no pueden ser abordados de forma convencional.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Las dos cajas


En un concurso te ofrecen escoger entre dos cajas: la 1 y la 2.

El presentador te dice que en una caja hay una determinada cantidad de dinero y en la otra hay el doble.

Te dejan elegir una caja al azar - por ejemplo escoges la n1 º - y la puedes abrir: Hay 1.000 euros.

Ahora el presentador te pregunta "¿Quieres cambiar?"

Analizas tus opciones:

1) Si cambio puedo obtener 500 euros (la mitad) o 2.000 euros (el doble).
2) La esperanza matemática, por tanto, es: (500+2000)/2 = 1.250 euros.
3) Luego, me interesa cambiar...

Un momento, es el mismo razonamiento que haríamos si hubiésemos escogido inicialmente la nº 2, por lo que es absurdo que obtengamos la misma ganancia por cambiar de 1 a 2, que de 2 a 1...

No sé. Estoy hecho un lío.


Solución

El razonamiento propuesto es una trampa. Puesto que no hay ningún motivo para suponer que cuando encuentro una cantidad x - en este caso 1.000 euros - en una de las cajas la probabilidad de que la otra caja tenga el doble o la mitad es la misma. Sólo porque no tenga suficiente información sobre la forma en que se han repartido las cajas no puedo deducir que la probabilidad sea la misma.

Si uno quiere hacer un razonamiento correcto usando la teoría de probabilidades, debe al menos suponer inicialmente que las cajas se reparten siguiendo alguna distribución de probabilidad, y a partir de eso calcular la probabilidad de que una caja tenga 2x (2.000 euros) si la otra tiene x (1.000 euros).

Si uno hace esto, ocurre que no existe ninguna distribución de probabilidad tal que, sabiendo que una caja tiene una cantidad x, la probabilidad de que la otra tenga x/2 o 2x sea siempre 1/2. Nadie dice que el dinero se vaya a repartir de este modo, al estar las cifras - premios - repartidos desde el principio.

Tal vez parte de la confusión de la paradoja está en que la probabilidad de elegir la caja que tiene menos dinero es efectivamente 1/2, al igual que la probabilidad de elegir la que tiene más dinero, al menos si el concursante elige al azar sin nada que distinga una caja de otra.

Por tanto, cuando abrimos una caja y encontramos un premio de 1.000 euros, y no nos dan más información, no va a ser posible suponer ninguna distribución de probabilidades sobre la otra caja: que haya 500 euros o 2.000.

Es decir sólo si nos dicen que el montante de las dos cajas es de 1.500 (1.000 + 500) o 3.000 (1.000 + 2.000) podremos calcular en este caso con un 100 % de certeza el importe de la otra caja.

En caso contrario conocer el premio de una caja no puede alterar nuestra decisión y la probabilidad de acabar en el premio grande o pequeño es – exactamente – del 50%.